Florent Marcellesi, Coordinador de Ecopolítica, Jean Gadrey, economista y miembro del consejo científico de ATTAC Francia, Borja Barragué, investigador de la Universidad autónoma de Madrid. Son coautores del libro “Adiós al crecimiento. Vivir bien en un mundo solidario y sostenible” (El Viejo Topo, 2013).
Publicado en Diario Público, el 27 de febrero del 2013.
El futuro de las pensiones se plantea con demasiada frecuencia basándose en el crecimiento económico infinito y olvidando completamente la crisis ecológica. Se nos dice a menudo, incluso desde la izquierda, que si el Producto Interior Bruto (PIB) fuese en 2050 más del doble que en 2013 (o sea, una tasa de crecimiento medio del 1,9% anual), no habría un verdadero problema de financiación: si el «pastel» aumenta, puede distribuirse una mayor parte a las personas jubiladas sin quitarle nada a nadie. Es el argumento que, por ejemplo, encontramos en el artículo de Vicenç Navarro publicado el 6 del 2013 en El País (disponible en su blog). Dada nuestra cercanía ideológica con este autor en torno a la cuestión de la justicia social, el propósito de este artículo es debatir algunas de sus aserciones para que los movimientos transformadores integren el fin del crecimiento en sus reflexiones y en su práctica.
Vicenç Navarro comienza su argumentación mediante la constatación de un hecho según él de especial importancia: “El del aumento de la productividad, es decir, que un trabajador dentro de 40 años producirá mucho más que un trabajador ahora” (…) “casi el doble en 2050 que ahora, con lo cual podría mantener casi al doble de pensionistas.” Esta visión se fundamenta en considerar los aumentos de productividad como intrínsecamente positivos, sin cuestionar su calidad y orientación. En este sentido, el caso del sector agrícola, que Vicenç Navarro tomó como ejemplo, es paradigmático. Comenta que “hace 40 años el 18% de los españoles adultos trabajaba en la agricultura. Hoy solo el 2% lo hace, y este 2% produce mucho más de lo que producía [el 18%] hace 40 años.” Sin embargo, el sistema agroalimentario global ha conseguido producir tanta cantidad con tan poca mano de obra sobreexplotando los recursos naturales (y las personas). Es un modelo insostenible (e injusto) que requiere enormes cantidades de petróleo para fertilizantes, pesticidas, ultra-mecanización del campo, transporte globalizado, refrigeración, etc. y es responsable de hasta el 57% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. En la era del crecimiento, buena parte de los aumentos de productividad alcanzados por la sociedad industrial son productivistas, es decir, nocivos para la sostenibilidad.
Por supuesto, eso no significa que todos los aumentos de productividad sean contraproducentes. En ciertos sectores, como puede ser la agroecología, las energías renovables, la movilidad sostenible, etc., hay aumentos de productividad defendibles desde un punto de visto ecológico y social. Sin embargo, durante la transición hacia una sociedad justa y ambientalmente viable, disminuirá la productividad en muchos sectores en los que se pasaría de producciones «insostenibles» a producciones «sostenibles» con respecto a las redes antiguas dado que hace falta más trabajo (un 30% más en la agricultura ecológica por ejemplo) para producir las mismas cantidades con menos energía. Dicho de otro modo, una cesta de agricultura ecológica relocalizada es menos “productiva” que una cesta de agricultura intensiva globalizada, pero es más saludable y más respetuosa del medioambiente y de las generaciones futuras. Por tanto, una sustitución virtuosa (menos desempleo, menos energía) se traducirá por una disminución de los aumentos de productividad en términos económicos clásicos.
Segundo, Vicenç Navarro argumenta que “si la productividad creciera un 1,5% por año, que es el promedio de crecimiento en los