¿Cómo poner a los animales en la agenda política?

Entrevista a Florent Marcellesi y a Corine Pelluchon publicada en Green European Journal el 27 de abril de 2018 y traducida al castellano para EcoPolítica

La explotación masiva de los animales sigue siendo hoy una realidad totalmente anormal. Pero un cambio cultural está en marcha, y la conciencia del sufrimiento animal y la lucha por los derechos de los animales siguen avanzando. Hemos hablado con Florent Marcellesi, eurodiputado de EQUO (Verdes/ALE), y con Corine Pelluchon, filósofa y autora de “Manifiesto animalista. Politizar la cuestión animal”, sobre las nuevas perspectivas para los animales.

Green European Journal: ¿Cómo se explica el resurgimiento de la causa animal en la sociedad y en la política en los últimos años?

Corine Pelluchon: No es un resurgimiento, es una aparición en la sociedad y en la política especialmente. Está relacionado con la oposición a un modelo de desarrollo gastado, agotado y cuyos impactos  sociales y ambientales son evidentes. La cuestión animal y, por consiguiente, la consciencia del sufrimiento animal y su intensidad  es más tangible a través de la imagen que la degradación medioambiental. La profundidad de la causa animal es, en mi opinión, la oposición a este modelo de desarrollo que provoca que las personas sean insensibles y se nieguen a aceptarlo porque de otro modo  es intolerable, pero es también una víapara proponer otro modelo. Es la esperanza de poder promover una sociedad en la que se tengan en cuenta los intereses de los humanos y de los animales y en la que podamos reconvertir la economía y llegar, precisamente, a la transición ecológica.

En cuanto a la dimensión política, hay, por una parte, presión de la sociedad civil, de las asociaciones protectoras de animales que movilizan a algunos representantes políticos, aunque la cuestión animal tarda en convertirse en una de las prioridades en la agenda política.  Aún no ha sido admitida como principio constitucional. Por otra parte, aunque algunos (incluidos diputados europeos) quieren mejorar el bienestar animal, e incluso llegar a la eliminación de algunas prácticas crueles, con frecuencia no disponen de los medios para hacerse oír, ya que la democracia representativa favorece los intereses inmediatos de los líderes actuales y no al largo plazo y a otros seres vivos; también favorece todavía una política muy economista en la que los grupos de presión tienen poder. Creo que existe un divorcio entre los representantes políticos y los actores de la sociedad civil, por ejemplo la mayoría de los ganaderos han entendido que hay que cambiar de modelo.

Florent Marcellesi: No hace más de diez años, cuando decías «soy vegetariano», la gente solía reírse de ti. Hoy, lo primero que te dicen es más bien «ah, yo estoy intentado comer menos carne». Este cambio cultural es muy profundo aunque todavía no ha provocado cambios concretos en las masas y, aún menos, en el ámbito político, ni en el ámbito europeo ni en los Estados miembros, pero el cambio, lento y gradual, ha comenzado ya en la producción y en el consumo. Sin lugar a dudas el poder de la imagen, con los vídeos grabados en los mataderos, por ejemplo, explica en parte la visibilidad del tema. Este poder de la imagen nos pone ante un espejo: nos vemos reflejados a nosotros mismos a través de nuestro modelo de desarrollo, en toda su crudeza. Nadie toleraría que nuestras mascotas sufrieran lo que sufren los cerdos, las vacas o los pollos.

En política, los que defendemos la causa animal seguimos siendo todavía minoritarios. Pero la cuestión del bienestar de los animales está avanzando de un modo más transversal. Por ejemplo, en el Tratado de Lisboa, título 2 artículo 13, se reconoce el bienestar animal aunque al mismo tiempo se limita con una cláusula sobre la cultura, como el caso de la tauromaquia. Sin embargo, el gran ausente son los derechos de los animales. ¿Cómo es posible que se haya pensado nuestra democracia representativa atendiendo solamente a los seres humanos? ¿Qué ocurre con las «entidades no humanas»? ¿Y con la naturaleza? ¿Y con los seres sensibles? Estos «sin voz» plantean una cuestión democrática fundamental, empezando por los derechos de los animales.

GEJ: En la lucha actual por la protección de los animales y su defensa, ¿debemos ver una continuidad más profunda con las luchas contra las injusticias esclavista, racial y de género? ¿Una nueva frontera en el combate contra las desigualdades?

Corine: Hay una especie de convergencia o de lógica entre la condena del racismo, del sexismo y del especismo. Sin embargo, yo creo que la cuestión es más profunda, ya que se trata de un desafío de civilización, como he mostrado en Manifiesto animalista. Politizar la causa animal (Reservoir Books, 2018). Hoy en día, lo que está en juego es nuestro propio humanismo y la concepción que tenemos de nosotros mismos, nuestra identidad. En mi libro Elementos para una ética de la vulnerabilidad. Los hombres, los animales y la naturaleza de 2011, me distancié de los animalistas clásicos que establecían una oposición entre animalismo y humanismo, para mostrar que la cuestión animal, que plantea interrogantes sobre nuestra propia humanidad, lo que somos y cómo hemos llegado ahí, solo puede considerarse dentro de un humanismo renovado, que tenga en cuenta la subjetividad y la vulnerabilidad. El objetivo es completar la herencia inconclusa de los derechos humanos, que se basaron en una concepción atomista y abstracta del sujeto. Todo mi trabajo, en Les Nourritures. Philosophie du corps politique (Los alimentos. Filosofía del cuerpo político) (Seuil, 2015) y Éthique de la considération (Ética de la consideración) (Seuil, 2018) está dedicado a esto.

Yo nací en el campo: mi padre era agricultor y ganadero. En aquella época las vacas vivían 14 años. Tenían cuernos y todas tenían nombre. Hoy viven cuatro años, están agotadas, tienen cáncer de útero porque se las insemina demasiado pronto y metabolizan muchísimo para producir tanta leche. Es verdad que antes los cerdos se sacrificaban en la granja, pero no había jaulas de gestación ni castración en vivo de los lechones. Actualmente, la ganadería industrial que se impuso como norma desde la Segunda Guerra Mundial, con una aceleración en los 80 y en los 90, llena a la gente de estupor y de horror, sobre todo a los más jóvenes. Creo que todo el mundo es consciente y se siente concernido, pero hay mucha gente que adopta estrategias de defensa psicológica, porque resulta dífícil asumir esta violencia y sentir todas las emociones negativas relacionadas con la vergüenza de someter a los animales a lo que los sometemos. El hecho de asumir el sufrimiento animal y pasar al otro lado del espejo es muy duro. El hecho de transformar este sufrimiento en compromiso requiere tiempo. Por eso es muy importante que la concienciación sobre el sufrimiento animal vaya acompañada de palabras y no solamente de vídeos. Ya es hora de que algunos países, especialmente Francia y España, que tienen mucho retraso, avancen al menos en algunas cuestiones.

Florent: La ciudadanía se queda horrorizada cuando se le explica las cifras. Al año se sacrifican 60 mil millones de animales terrestres en todo el mundo. A los que hay que añadir 100 mil millones de animales marinos. En España, por ejemplo, se sacrifican al año 50 millones de cerdos, es decir, tantos como población tiene España. En el caso de las gallinas y los pollos, 700 millones al año, es decir, más que la población de la Unión Europea. Creo que la palabra «explotación» es insuficiente, deberíamos hablar de ecocidio. Es un «genocidio animal», como diría Mathieu Ricard, una masacre a gran escala autorizada y establecida por el sistema y en la que los poderes públicos y la sociedad son parte interesada.

Además, veo conexiones entre los movimientos por la igualdad. Rosa Parks y Coretta Scott King luchaban por los derechos de los animales, como extensión del movimiento de no violencia. Alicia Walker, autora de El color púrpura, decía que igual que los negros no han nacido para servir a los blancos, ni las mujeres para servir a los hombres, tampoco los animales han nacido para servir a los seres humanos en general. Creo que, igual que el ecologismo introdujo la naturaleza en la democracia, aunque aún de un modo incompleto, el animalismo va a introducir a los animales. Por eso son necesarios vínculos entre estos movimientos. El progresismo se había olvidado de la ecología y la ecología se había olvidado un poco del animalismo. Es el próximo paso que debemos dar. Evidentemente, añadir en el debate los intereses de los animales a los intereses humanos y de la naturaleza complica aún el enfoque global. Pero, ya sea en el Parlamento Europeo o en el día a día, es muy importante para cambiar el modo de desarrollo, de producción y de consumo tener esta visión completa y holística.

GEJ: ¿Cómo se consigue conciliar estas diferentes cuestiones? ¿Cuáles son los distintos puntos de fricción?

Florent: Existen puntos de fricción, no lo podemos negar, por ejemplo en relación con las especies invasivas y la biodiversidad. Sin embargo, existen también muchos puntos de convergencia que a mí me interesan más que los puntos de fricción, que pueden hacernos perder la dirección y el objetivo globales. Pero en lo principal, es decir, en la superación del antropocentrismo hacia un modelo de desarrollo sostenible, justo y democrático, ahí es donde debemos encontrarnos.

Corine: Esa es exactamente mi manera de hacer las cosas. En política hay que negociar, llegar a acuerdos en un contexto de desacuerdos, no rechazar las diferencias. Asimismo, es importante evitar debates estériles como el que sostiene que el veganismo implica el fin de las mascotas. En primer lugar, yo creo que es una pena dejar de lado todo los que nos enseñan los animales, por ejemplo la alteridad. Pero también hay que dejar de enfrentar a veganos y no veganos. Porque el verdadero problema es, ante todo, la ganadería industrial y las consecuencias que tiene en el clima, el acaparamiento de tierras y el hecho de que la demanda de productos animales incide en los 865 millones de personas que sufren hambre y los 2 mil millones que sufren malnutrición y viven en los países pobres que exportan los cereales para el ganado americano y europeo. Eso sin mencionar los problemas sanitarios relacionados, por ejemplo, con la resistencia a los antibióticos por su utilización masiva en las granjas industriales de cerdos, como en Alemania. Los problemas que menciono aquí son suficientes para trazar líneas principales de convergencia y para invitar a los occidentales a reducir a la mitad el consumo de productos animales, incluidos los lácteos. Esa es la recomendación para volver a un consumo similar al de principios del siglo XX, mientras que en Francia actualmente cada persona consume entre 70 y 80 kilos de carne al año, que es una cantidad enorme. Lo más importante en nuestras acciones para dirigirnos hacia una transición ecológica y alimentaria es insistir en la convergencia entre ecología, salud, justicia social y bienestar animal. El objetivo es contar con socios tolerantes y no violentos para realizar cambios profundos y sostenibles.

Florent: En la ecología política, es la famosa revolución lenta,o reformismo radical a largo plazo. Con las cifras que hemos mencionado, pensar que vamos a abolir la explotación animal de la noche a la mañana es vivir en otro mundo. Yo creo que debemos tener un objetivo abolicionista. Desde un punto de vista ético es lo más coherente pero, en la práctica, hay que saber evolucionar día tras día y trabajar con todo el mundo.

La ganadería industrial es clave ya que lo concentra todo y es transversal: el clima (15 % de las emisiones de gases de efecto invernadero), la salud (800 millones de personas que mueren de hambre y otros 800 millones que tienen problemas de obesidad, de cáncer o de diabetes a causa de un mal consumo, en especial de carne), las condiciones de trabajo en la ganadería, por ejemplo en los mataderos, la deforestación en los países del Sur y, por supuesto, el sufrimiento animal. En este marco, la reducción del consumo de carne es una acción sostenible y beneficiosa: este gesto aporta su grano de arena al cambio de sistema y, además, el consumidor puede vivir con mejor salud. Hay que recordar el placer que experimentamos al comer mucha menos carne. Podemos vivir mucho mejor y con menos enfermedades. Comer carne dos veces a la semana es más que suficiente y permite redescubrir otras fuentes de proteínas como las leguminosas. Este cambio requiere modificar dos cosas: por una parte, el sistema de producción para que dé más importancia a las proteínas vegetales que a las proteínas animales y, por otra parte, la Política Agrícola Común (PAC) en Europa que actualmente apoya a la industria agroalimentaria y a las macrogranjas que se multiplican, pero que debería apoyar a la agroecología y a las pequeñas explotaciones ecológicas y extensivas.

Corine: Hace poco me consultó un grupo que se llama Agrospective. Los representantes de McDonald’s, por ejemplo, me escucharon porque se dan cuenta de que los consumidores evolucionan. Ellos responden con menús vegetarianos. Fue muy interesante y las empresas esperan con interés que los diputados europeos reorienten la PAC. Personalmente, yo creo también en el hecho de empujar a los individuos a organizarse, por ejemplo en el uso de las tierras. Esto podría hacerse mediante unos ingresos medioambientales y solidarios para proyectos que organicen la transición.

GEJ: Elecciones europeas de 2019: ¿se puede pensar en un verdadero movimiento en el ámbito europeo? ¿Es la escala europea la más adecuada para las cuestiones de derechos de los animales?

Florent: Tendría que haber una convergencia entre sectores muy diversos y hoy demasiado alejados. Si queremos conseguir una transición a largo plazo con pequeños pasos, tenemos que avanzar juntos. Las convergencias implican que varios movimientos tengan en cuenta la cuestión animal. Por ejemplo, sería interesante que un movimiento como Diem25 introdujera las cuestiones animalistas en su proyecto para Europa. Esto implica también que los partidos animalistas integren cuestiones como la ecología, la lucha por la igualdad hombre-mujer, etc. Y esto implica además que los ecologistas den un paso al frente para proclamar alto y claro que las convergencias son más fuertes que los puntos de fricción. A mí me gustaría que se convergiera en las elecciones o, al menos después de las elecciones, en un mismo grupo político en el Parlamento Europeo para poder hacer frente a los grupos de presión agroalimentarios que están muy presentes en Bruselas. Ya se está trabajando en esta línea con un intergrupo en el Parlamento Europeo bastante bien organizado y en el que participo con todos los diputados europeos que trabajan en la causa animal. Hay que reforzar estas dinámicas.

Corine: Yo pienso exactamente lo mismo. Añadiría simplemente que la ecología, si se toma en serio como sabiduría de vivir en la Tierra y de convivir con los seres vivos, incluye necesariamente la cuestión animal. Yo creo que el peligro que acecha a los partidos animalistas es que son nuevos en algunos países y, como consecuencia, pueden estar aislados, lo que sería una pena para las elecciones europeas. No se puede improvisar una visión amplia. Esto requiere una reflexión sobre el humano en su relación con el resto de los seres vivos. Los grupos de presión están muy bien organizados y, por lo tanto, para hacerles frente tenemos que estar organizados y unidos nosotros también.


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