Los partidos verdes en la arena política: de la teoría a la práctica

SunflowerFlorent Marcellesi, coordinador de Ecopolítica y miembro de la Revista Ecología Política.

Este es el octavo y último artículo de la serie “¿Qué es la ecología política? Una vía para la esperanza en el siglo XXI”  (1).

Tras el intenso debate de ideas surgido de los años sesenta y la crítica antiproductivista de la sociedad industrial, la emergencia de una conciencia colectiva y una ideología ecologistas —es decir, unos valores, unos referentes y una utopía compartidos— permite dar cabida a la opción verde organizada en el espacio político. Así, durante los años setenta, junto con el nacimiento de organizaciones ecologistas en el seno del movimiento social como Amigos de la Tierra (1969) o Greenpeace (1971), vislumbramos una ebullición activista en torno a la construcción de «la única familia política internacional aparecida desde la segunda guerra mundial» (Los Verdes mundiales, 1992).

Como veremos —principalmente a través de los textos fundacionales de los partidos verdes alemán, español y francés y de Los Verdes mundiales y europeos—, los partidos verdes comparten o ponen de relieve diferentes características, entre otras la de ser los principales herederos de los valores de 1968, su gran heterogeneidad en cuanto a sus orígenes, el sentimiento de desempeñar un papel histórico a favor de la supervivencia de la especie humana y unas grandes líneas programáticas semejantes. Sobre todo, en sus principios comparten una descomunal desconfianza hacia los llamados partidos políticos tradicionales y las instituciones en general, así como el sentimiento de hacer política de manera diferente (apoyándose en lemas como el «Sonstige politische Vereinigung» en Alemania, «La politique autrement» en Francia o más recientemente «votantes en busca de partido» de Equo en España). Esta ambigüedad respecto al formato de partido conocerá una seria evolución y reevaluación con la articulación global del movimiento verde, su llegada al poder y su consiguiente paulatina institucionalización. Implica hoy en día fuertes contradicciones en el seno del espacio verde y una interrogación legítima y necesaria sobre la capacidad de los partidos verdes de mantener vivas sus ansias de reformismo radical.

Los primeros partidos verdes: entre la radicalidad y la renovación

Se considera que el primer partido que promueve en el mundo una renovación social vinculada al respeto a la naturaleza es el Values Party de Nueva Zelanda, constituido en 1972 (2). Dos años después, René Dumont, ingeniero agrónomo y considerado el padre de la ecología política en Francia, se presenta a las elecciones presidenciales francesas apoyado por varias personalidades y asociaciones ecologistas, como Les Amis de la Terre. Proveniente del sector «tercer-mundista» y medioambientalista, su candidatura muestra una fuerte interpenetración inicial entre el movimiento social y asociativo ecologista y su incipiente traducción política a través de estructuras electorales puntuales y «biodegradables». Aprovechando el auge de la televisión y de los medios de masas, René Dumont se presenta como un «candidato limpio» y «pobre» y no duda en escenificar la escasez del agua y de los alimentos bebiendo un vaso de agua y comiendo una manzana en directo (3). Aunque cosecha un tímido resultado, marca un hito simbólico en la construcción política de lo verde abriendo puertas a una estructuración mayor y permanente de la ecología en la política.

En 1980, en Karlsruhe (Alemania), se funda Die Grünen, el partido verde alemán, convertido desde entonces en el partido verde madre, no por su antigüedad sino por haber sido uno de los principales motores políticos e ideológicos del ecologismo en Europa y el mundo (4). Nacidos del caos (5) —aplicando así la teoría schumpeteriana de la destrucción creativa—, Die Grünen, suma heterogénea de ecologistas radicales (Fundis), ecosocialistas, ecologistas reformistas (Realos) y ecofeministas (Riechmann, 1994: 189-211), se presentan como el anti-parteien-partei (el partido antipartido) y la alternativa ecopacifista a los partidos tradicionales. Convencidos de su papel histórico para luchar en contra del «no respeto de los derechos humanos, el hambre y la pobreza en el Tercer Mundo […], la crisis climática y la confrontación militar» se presentan como el «cambio fundamental» tanto dentro como fuera de las instituciones políticas:

Los Verdes sabemos que esta movilización por parte de las fuerzas ecologistas y democráticas a nivel parlamentario y extraparlamentario, que debería haberse llevado a cabo hace tiempo, es totalmente necesaria. (Verabschiedete Satzungspräambel, 1980)

Por su parte, Les Verts franceses van aún más allá en la necesidad de competir por la hegemonía sociopolítica. En sus textos fundacionales establecen como objetivo no sólo la conquista democrática del poder político sino también del económico frente a los «dos imperialismos dominantes» capitalista y socialista:

No podemos escapar, nos guste o no, a la conquista del poder, no sólo político sino, sobre todo, y será aún más difícil, del poder económico. Tendremos que arrancar a los que los poseen, sociedades capitalistas, Estados capitalistas o Estados «socialistas», no sólo los mandos políticos, sino sobre todo los medios de producción y de intercambio. (Textes fondateurs des Verts, 1984)

En España, la creación del partido verde sigue el mismo discurso que sus homólogos europeos, ya que el impulso viene directamente de la mano de una de las principales dirigentes de Los Verdes alemanes, Petra Kelly, que en los años siguientes se convierte en el icono del movimiento verde español (huérfano desde entonces de figuras locales). El 29 de mayo de 1983 y aprovechando su visita, dieciséis activistas ecologistas (6) firman el Manifiesto de Tenerife, donde, a pesar de mostrar un cierto recelo hacia las instituciones, plantean la fundación de un partido político como algo imprescindible:

Aunque somos plenamente conscientes de que los canales institucionales suponen un riesgo objetivo de ahogar el movimiento social, consideramos indispensable la existencia de una formación política comprometida con nuestra concepción global de la vida y de las relaciones del hombre con su entorno. (Manifiesto de Tenerife, 1983, punto III)

La creación de partidos políticos verdes corresponde pues a la necesidad de los y las militantes ecologistas, quienes, al haber perdido la confianza en los partidos productivistas clásicos tanto de izquierdas como de derechas, quieren contar con un movimiento que autogestionen y que los represente en la teoría y en la praxis. Frente a las prácticas políticas vigentes, los primeros partidos verdes muestran posturas muy críticas heredadas de la contracultura de 1968 y acompañadas de un compromiso radical con la democracia participativa. Tanto en España como en el resto de Europa, se construye la idea de un partido verde a partir de un rechazo a las organizaciones jerárquicas, verticales y machistas. Bajo la influencia de los movimientos medioambientalistas, feministas, regionalistas y libertarios y con la aportación de las corrientes marxistas renovadoras, se intenta construir la opción verde desde la perspectiva de la horizontalidad, la igualdad de género y la participación activa de sus integrantes.

Asimismo, en opinión de Die Grünen, el cambio no sólo debe hacerse desde el punto de vista de la ecología sino también desde el de la «democracia de base, la no violencia y la autodeterminación de los seres humanos» (1980). En cuanto a Los Verdes españoles y sin que hoy cambiara mucha la formulación, exponen en su manifiesto fundacional que «los partidos políticos actualmente existentes en nuestro país no cubren la necesidad de dar respuesta a las aspiraciones de nuestro pueblo por conseguir cotas crecientes de calidad de vida y de disfrute adecuado de los recursos naturales». Por lo tanto, se hace imprescindible estar «en todas cuantas instancias consultivas, deliberantes y decisorias intervienen en el campo del Medio Ambiente», sin olvidar nunca «el ejercicio irrenunciable de la presión social». En otras palabras: una organización bípeda con un pie en los movimientos sociales y otro pie en las instituciones.

Como es el caso para Die Grünen y como constante para la mayoría de los ecologistas en política, esta aplicación concreta del concepto de reformismo radical conduce a una relación ambigua con el sistema político vigente y su herramienta central, el partido político. A la vez que se critica a este último por su inadecuación a los nuevos retos socioecológicos y por sus prácticas internas, aparece como una necesidad, un mal menor para tomar las riendas del cambio. Pehr Garton explica que la mayoría de los partidos verdes en el mundo, a pesar de una insatisfacción profunda con la democracia representativa, aceptan las reglas de juego de la democracia parlamentaria (véase el posible margen de actuación dentro del sistema). Sin embargo, se aceptan a menudo estas reglas de forma transitoria, oscilando entre propuestas de reformas de lo existente y medidas de desobediencia civil, siempre teniendo como telón de fondo la democracia participativa y directa, señalada por Garton como uno de los catorce principios básicos de un partido verde (2008: 111).

La ‘glocalización’ verde

Tras esta primera fase marcada por una voluntad mezclada de radicalidad y renovación, el movimiento verde intenta dar pasos de organización a escala global. En vísperas de la Conferencia de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y el Desarrollo de 1992 tiene lugar el primer encuentro mundial verde. Denunciando «una situación global de emergencia» y pidiendo «un nuevo modelo de desarrollo», los representantes de los partidos verdes recuerdan que ha llegado la hora de ir «más allá del “pensar global, actuar local”» y que también es necesario «actuar globalmente». Se comprometen así a «dar ímpetu a la ecología política y a la política verde tanto en el Norte como en el Sur». Aunque la declaración de 1992 da a entender que la ecología política tiene que desempeñar un papel histórico, la estructuración del movimiento verde mundial está todavía en pañales teóricos y prácticos. Además de una débil presencia de los países del Sur —incluso recordando que la ecología no es un «lujo del Norte»—, este primer encuentro tiene más bien un carácter coyuntural y de alcance parcial. Aprovechando el impulso y la proyección política de la Cumbre de la Tierra, se orienta más bien a la crítica de políticas concretas y todavía peca por su poca capacidad de aportar una visión global.

El primer congreso de Los Verdes mundiales en Australia en el año 2001 trata de remediar esta situación y profundizar en la globalidad de lo verde. Tras definirse en la Carta de Camberra —hoy referencia para el ámbito político ecologista— como «la red internacional de los partidos y movimientos políticos verdes», Los Verdes mundiales afirman el carácter transformador de la ecología política a través de la «necesidad de cambios fundamentales en las actitudes de la gente, en sus valores y sus formas de producir y vivir». Además, al no coincidir con ningún acto de la agenda política como en 1992, refuerzan el carácter permanente y holístico de la lucha ecologista y proponen principios estructurales e ideológicos que se fundamentan en la sabiduría ecológica, la justicia social, la democracia participativa, la no violencia, la sostenibilidad y el respeto de la diversidad. En 2008 en Sao Paulo (Brasil) y luego en 2012 en Dakar (Senegal), los segundo y tercero congresos de Los Verdes mundiales intentan dar un paso más en la concreción de aspectos políticos y organizativos (7) al apostar por una estructura capaz de asegurar no sólo su presencia común en actos mundiales (como las cumbres de la ONU, de la Organización Mundial de Comercio, etc.) sino también su capacidad de hablar con una sola voz en dichos acontecimientos. De este modo se trata de reforzar la unidad ecologista y su capacidad de influencia de lo local en lo global, así como de vincular mejor el trabajo de base de los grupos ecologistas con la creciente presencia de miembros de los verdes en cargos de responsabilidad políticos.

A pesar de este empujón y de la extensión del movimiento verde en nuevas zonas de influencia como Asia o África —donde existe una fuerte competencia entre movimientos más o menos serios por apadrinar la marca verde—, cabe constatar que el desarrollo de la opción verde fuera de sus focos de mayor crecimiento —incluso en Norteamérica, pionera en las luchas y reflexiones ecologistas en los años sesenta— sigue estructuralmente débil (8). Sin embargo, visto el amplio espectro de situaciones del panorama verde tanto en el Norte como en el Sur, es complicado concluir, en la línea de la tesis postmaterialista de Ronald Inglehart (1991), que la preocupación por el medio ambiente se vincula o aumenta con un nivel de bienestar material consolidado. Las afinidades entre ciertos movimientos ecofeministas y ambientalistas en el Sur con el proyecto político verde (véase por ejemplo el Green Belt Movement y Wangari Maathai en Kenia) muestran que el «ecologismo de los pobres» (Martínez Alier, 2005) puede a veces corresponder a la construcción de un espacio en torno a la ecología política. Por otro lado, como muchos actores de conflictos ecológicos en el Sur parecen reticentes a llamarse ambientalistas o ecologistas (y dado el descrédito de algunos partidos autoproclamados verdes), existe una dificultad real a la hora de vincular movimientos de base con clara orientación ecologista con la ideología verde y su traducción en política. Ahora sí, el paraguas de una organización mundial, impulsada por núcleos bien consolidados como Europa u Oceanía, da pie a una dinámica centrípeta que convierte lo verde en un punto focal de atracción y de interés tanto para movimientos ambientalistas deseosos de dar un paso más en su lucha como para otros más oportunistas en busca de una franquicia o de una reconversión política.

En Europa la organización y estructuración de la ecología en política ha llegado a un refinamiento mucho mayor que en el resto del mundo. Sustentándose en partidos con fuerte implantación en sus países respectivos (como en Alemania, Bélgica, Francia, Finlandia, Luxemburgo, Países Bajos, Suecia, Suiza, etc.), el movimiento verde ha sido la primera fuerza capaz de poner en marcha el primer partido de ámbito europeo: European Greens (Partido Verde europeo). (9) Haciendo suyos así el carácter transnacional —por tanto fuertemente europeísta— y las enseñanzas de la ecología política, y gracias a un fuerte sentimiento de pertenencia común, el Partido Verde europeo afirma su especificidad y establece sus fundamentos:

Los Verdes europeos hemos venido juntos con el fin de conformar nuestra propia familia política. Luchamos por una Europa libre, democrática y social en un mundo pacífico, justo y ecológicamente sostenible. Defendemos valores como la justicia, los derechos humanos y civiles, la sostenibilidad y el derecho de cada individuo a llevar sin miedo su propia vida. (The Charter of the European Greens, 2004)

De la misma manera, el ámbito juvenil verde sigue a grandes rasgos las pautas de desarrollo del movimiento verde. Por un lado, no parece sorprendente que la mayor implantación de organizaciones juveniles vinculadas de forma orgánica o no a un partido verde se encuentre en los países donde mayor implantación de la opción verde en política encontramos (Alemania, Finlandia, Suecia, etc.). Por otro lado, la fuerte capacidad de agrupación y organización en el ámbito europeo a través de la Federación de Jóvenes Verdes europeos —integrada en el 2008 por unas treinta organizaciones juveniles u ONG ecologistas—(10) contrasta con la dificultad de organización a escala continental en Latinoamérica, Asia o África. A pesar de esta debilidad estructural en estas regiones, la juventud verde también dio un paso hacia la «globalización» de su compromiso en vísperas del séptimo Foro Social Mundial en Nairobi en el 2007 con la creación de Global Young Greens, autodefinida como «una red mundial de jóvenes activistas y organizaciones juveniles verdes». Es la misma dinámica que obra en los países de Europa del Este y del Cáucaso, donde el impulso ideológico y el esfuerzo organizativo ya no vienen sólo del motor alemán sino también y cada vez más directamente del Partido Verde europeo, lo que podríamos asemejar por su influencia a la nueva organización madre verde. (11)

Los Verdes ante el reto del poder: ¿historia de una desilusión o germen del cambio?

En paralelo a su glocalización, la ecología política se adentra en los arcanos del poder, donde pone —y sigue poniendo al igual que otros partidos transformadores— a prueba sus planteamientos teóricos y prácticos. De hecho, muchos partidos verdes han llegado a cuotas de poder bastante importantes primero a nivel local y regional y luego a nivel nacional y continental, asumiendo cada vez más cargos de responsabilidad, y eso no siempre con personas —y un colectivo detrás— lo suficientemente preparadas. Por supuesto, asumir esos cargos de responsabilidad conlleva las inevitables contradicciones inherentes a la práctica del poder, sobre todo para un movimiento nacido al calor de la radicalidad y de las utopías revolucionarias. Después de haber dejado de ser «pequeños partidos movilizadores de conflictos», los verdes se han transformado en la década de los noventa en partidos dentro del sistema político. Su participación en gobiernos ha provocado profundas transformaciones, como el reforzamiento de los liderazgos y una estructura interna similar a los partidos tradicionales, y ha supeditado sus logros políticos en coaliciones gubernamentales a su capacidad de chantaje sobre sus socios (Valencia, 2006: 212-213).

Las decisiones tomadas por Joschka Fischer, activista destacado en varios grupos revolucionarios y anarquistas en los años sesenta y setenta, como ministro de Asuntos Exteriores de Alemania son un ejemplo de la dificultad para el movimiento verde —y, por extensión, para cualquier movimiento transformador— de conservar su autenticidad ideológica una vez dentro y en interacción con el sistema vigente (12). Al mandar tropas alemanas a Afganistán con el beneplácito de Die Grünen, ¿incumplió Fischer los fundamentos pacifistas de la ecología política o, al contrario, permitió mantener la paz en la región? ¿Esta concesión en la política extranjera ha podido abrir a cambio la puerta a avances ecológicos en otros sectores, como por ejemplo la salida de la energía nuclear? ¿Fue éticamente aceptable y responsable este compromiso? Podríamos extender esta reflexión a otro debate ecopacifista parecido y no resuelto en el seno del ecologismo político europeo: frente a la opción de rechazo rotundo de cualquier organización militar, ¿debería aceptar el ecologismo político que la Unión Europea se dotase de un ejército federal capaz de asegurar la defensa del territorio europeo y de ser fuerza de paz en el mundo?

Además de mostrar concepciones opuestas de la naturaleza humana (que van desde Rousseau hasta Hobbes), esta confrontación del ideario verde con la inercia y los márgenes de actuación dentro del propio sistema capitalista es fuente de fuertes conflictos internos y estructurales dentro del movimiento verde. En el fondo, es una consecuencia casi ineluctable del rasgo fundacional basado en el oxímoron partido antipartido. Conllevó en los años ochenta la lucha entre los Realos y los Fundis, que resaltaba la tensión dialéctica entre los posibilistas y defensores de la Realpolitik y los guardianes de los Fundamentos y de las organizaciones de base. ¿Hasta dónde tiene que aceptar el movimiento verde, tal y como lo preconiza el Realo Daniel Cohn-Bendit, «el riesgo del compromiso donde se pierde la pureza ideológica para afrontar lo real de la acción y de la eficacia»? (Cohn-Bendit y Mendiluce, 2000: 46). Sin duda, además de su transformación en un partido más dentro del sistema político tradicional y sin la perspectiva de convertirse en socio mayoritario a corto o medio plazo, la dificultad de compatibilizar el reformismo de los pequeños pasos y la radicalidad transformadora del largo plazo es una de las mayores contradicciones actuales del movimiento verde.

Al mismo tiempo, y aunque queden supeditadas a la capacidad de mantener una cohesión y una coherencia internas en torno a unos valores fundacionales, estas contradicciones son también el germen y motor de la fecundidad innovadora e ideológica del ecologismo en política. Para superarlas de forma crítica y positiva, es necesario seguir profundizando en la reflexión y la práctica en torno a la ecología política a la vez como ideología global y transformadora, y como espacio incluyente, aglutinador y permeable a otras experiencias y redes sociales y políticas. La historia ecologista y su praxis política quedan todavía en gran parte por escribir.

Entregas anteriores:

Notas:

(1) Se basa en una adaptación y actualización de la publicación Marcellesi, F. (2008): Ecología política: génesis, teoría y praxis de la ideología verde, Bilbao, Bakeaz (Cuadernos Bakeaz, 85).

(2) En 1973, el Green Party de Inglaterra es el primer partido registrado en Europa. En 1979 Daniel Brélaz se convierte en el primer diputado verde en un parlamento federal (Suiza).

(3) Se puede ver su aparición televisada para la campaña electoral en la siguiente dirección.

(4) Véase la Fundación Heinrich Böll, con sedes en todo el mundo.

(5) Expresión utilizada por Wolfang Prosinger en un artículo publicado en la revista Der Taggespiegel: «Wie Pazifisten, Komunisten, Vogelschützer und Punks 1980 um eine Parteigründung stritten: die Geburt der Grünen aus dem Chaos», 13/01/05.

(6) Es de señalar que este grupo reducido no contaba con una fuerte base social, ni con el apoyo de gran parte del tejido social ecologista en España (que desde 1978 había establecido sus principios comunes en el Manifiesto de Daimiel) que prefirió o bien priorizar la lucha desde el movimiento social o bien apoyar otras opciones políticas.

(7) Los Verdes mundiales deciden dotarse de un secretariado y de recursos financieros permanentes.

(8) El movimiento verde americano existe desde principios de los años ochenta y cuenta con una presencia local fuerte, que contrasta con la escasa articulación federal. Ha contado también con la fuerte influencia del abogado y activista Ralf Nader, conocido por su lucha en los movimientos consumistas a partir de los setenta. Con el impulso de la premio Nobel Wangari Maathai, que fue diputada por el Green Belt Movement en Kenia, la ecología intenta instalarse en África, y en agosto del 2006 se crea la Federación de los Jóvenes Verdes Africanos. En Asia, los verdes se van desarrollando poco a poco: incluso han conseguido representación local en el 2007 en Japón, y hasta en China —y en la ilegalidad— existe el Partido Verde.

(9) En 1984 se pone en marcha la Coordinación de los Partidos Verdes europeos. En 1993 se transforma en Federación de los Partidos Verdes europeos y en el 2004 se crea en Roma el Partido Verde europeo (PVE). En España, el PVE cuenta con dos miembros: Equo e Iniciativa Per Catalunya-Verds.

(10) Véase la página web de la Federación de Jóvenes Verdes europeos (FYEG). En España, la FYEG cuenta con dos miembros: Red Equo Joven y Joves d’Esquerra Verda.

(11) La creación reciente de una Fundación Europea Verde es un indicio más en este sentido.

(12) Podríamos tomar otros ejemplos de conflictos internos vividos en situaciones donde ecologistas ocupan altos cargos políticos y toman decisiones muy controvertidas en el seno de su partido: Dominique Voynet y su decisión de tramitar la autorización de algunos transgénicos como ministra de Medio Ambiente en Francia (entre 1997 y el 2001), la realización por parte del gobierno rojiverde alemán de la polémica reforma de las pensiones, etc.


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