1968, nucleares y otros mitos fundacionales del ecologismo

Mayo 68Florent Marcellesi, coordinador de Ecopolítica y miembro de la Revista Ecología Política.

Publicado en la revista Cuides, nº9, octubre 2012 (1). Este es el segundo artículo de ocho en la serie «¿Qué es la ecología política? Una vía para la esperanza en el siglo XXI».

En la lucha ecologista, el año 1968 marca un punto de inflexión, un punto crítico. En diferentes partes del planeta, las revueltas juveniles se componen de una masa heterogénea de perfiles sociológicos donde conviven pacifistas, feministas, artistas, libertarios, medioambientalistas o autogestionarios en contra de la cultura del progreso ilimitado, consumista, jerárquico y patriarcal. En el abanico de los movimientos por la autonomía destacan también los militantes que redescubren el mundo rural, que vinculan los términos ecología y comunidad e inician un retorno a la tierra con prácticas y técnicas alternativas. Esta «revolución mundial de 1968», en la línea del concepto acunado por Wallerstein, marca una ruptura profunda con los movimientos de la izquierda tradicional y la aparición de nuevas aspiraciones transformadoras. Mientras surge la represión, especialmente sangrienta en México o Praga, el movimiento obrero —principalmente masculino y de funcionamiento vertical— desconoce en un primer momento estas revueltas hacia la emancipación para luego sumarse a las protestas una vez iniciadas las huelgas en las fábricas. Por ello, Gorz explica que el socialismo no tendrá mejores resultados que el capitalismo si no favorece al mismo tiempo la autonomía de las comunidades y de las personas: «La expansión de esta autonomía está en el centro de la exigencia ecologista. Supone una subversión de la relación de los individuos con sus herramientas, con su consumo, con su cuerpo, con la naturaleza» (1982). Por su parte, Iván Illich escribía en términos parecidos: «El socialismo (…) no puede venir a pie, ni puede venir en coche, sino solamente a velocidad de bicicleta» (2006).(2)

Según Daniel Cohn-Bendit, ayer líder del mayo de 1968 y hoy cabeza visible del movimiento verde europeo, la revolución de 1968 no se puede definir como un movimiento ecologista sino que porta las semillas y valores que posibilitarán el futuro crecimiento del ecologismo. Siguiendo este análisis, la ecología política surge como la «prolongación de las ideas de 1968» (Gorz, 2008a: 93) y constituye uno de los principales recipientes de «la revolución de las conciencias políticas, del cuestionamiento existencial» de esta época (Cohn-Bendit, 2008). Este cuestionamiento existencial nos recuerda, a través de lemas como «¡No trabajéis nunca!» o «Vivir sin tiempo muerto, gozar sin trabas», la importancia del disfrute y del placer frente a sociedades conservadoras y ahogadas en el trabajo-empleo alienante.(3) De la misma manera, siguiendo los pasos de Keynes, que pensaba que el arte y la cultura debían primar in fine, Georgescu-Roegen plasma que «el verdadero producto del proceso [económico] es un flujo inmaterial: el placer de la vida» (1996), mientras que Cohn-Bendit teoriza el cambio político a través del «placer de participar en un momento histórico pero crucial» (2000: 60).

Así, 1968 marca uno de los mitos fundacionales de la ecología política, condición sine qua non de la construcción del imaginario colectivo ecologista. Este imaginario se plasma por ejemplo en varios documentos fundadores de la rama política del movimiento ecologista. Por ejemplo, Los Verdes mundiales insisten en la necesidad de hacer partido «con amistad, optimismo y buen humor, sin olvidarnos nosotros mismos de disfrutar en el proceso» (Carta de Camberra, 2001: punto 10.11). Mientras tanto, en los principios directores, el Partido Verde europeo establece sus orígenes en la suma heterogénea de movimientos medioambientalistas y antinucleares, de los activistas no violentos, feministas, a favor de los derechos humanos, del ámbito Norte-Sur y de la lucha contra la pobreza (European Greens, 2006).

Después de 1968, la conciencia ecológica se reforzará aún más a través de varios acontecimientos que entrarán a formar parte de lo que podríamos denominar la mitología ecologista. Además de una serie de catástrofes ecológicas difundidas por los nuevos medios de comunicación de masas como la televisión (4) y tras los choques petroleros de octubre de 1973 y 1979, el hundimiento en 1985 por los servicios secretos franceses del barco de Greenpeace, el Rainbow Warrior, conmociona fuertemente al mundo, y al ecologista en particular. Este atentado perpetrado por un Estado para evitar que se llevaran a cabo protestas en contra de las pruebas nucleares en el atolón de Mururoa (océano Pacífico) pone de relieve, además de la impunidad de los criminales, la falta total de democracia y transparencia en la imposición tecnocrática de la energía nuclear tanto civil como militar. Apenas un año más tarde, en abril de 1986, ocurre la catástrofe de Chernóbil, que marca también profundamente las mentes y refuerza aún más el imaginario colectivo ecologista, al evidenciar la globalización y la ausencia de fronteras para los problemas ecológicos y sus repercusiones sociales. Más que nunca la lucha contra la energía nuclear, que comenzó en los años setenta, aparece como un estímulo continuo para el movimiento verde y se posiciona en el centro de sus reivindicaciones e historial activista. La catástrofe nuclear de Fukushima en mayo del 2011 ha reforzado aún más la importancia estratégica de la energía nuclear en la reflexión y acción ecologista, puesto que además confirma que ningún país, por muy disciplinado y moderno que sea, puede escapar al riesgo de accidente (Marcellesi, 2011a). Tal y como lo resume Joaquín Fernández:

«Ninguna otra ha conseguido rechazos tan unánimes y contribuido tan decisivamente a la identidad ideológica y a la cohesión organizativa del ecologismo español, cuya historia es, en buena parte, la historia de la protesta nuclear. (1999: 99)» (5)

Percibida como ejemplo del carácter transnacional de la crisis ecológica, como generadora de inseguridad y de una sociedad autoritaria basada en un progreso tecnológico ciego, la lucha contra la energía nuclear se ha mantenido hasta la fecha como factor de identificación y señal de identidad de la ecología política. En su estudio de más de cincuenta programas de partidos verdes en el mundo, Garton resalta que el «no a la energía nuclear» es una constante prioritaria —consenso único en el panorama político europeo y mundial— y que «ningún programa [verde] ni siquiera insinúa de manera encubierta que la energía nuclear podría ser aceptable como un reemplazo para los combustibles fósiles» (2008: 109).

Continuará con la próxima entrega: “¿Cómo definir la crisis ecológica actual?”

Entrega anterior: la génesis ecologista: de la estética a la supervivencia.

Notas:

(1) Se basa en una adaptación y actualización de la publicación Marcellesi, F. (2008): Ecología política: génesis, teoría y praxis de la ideología verde, Bilbao, Bakeaz (Cuadernos Bakeaz, 85).

(2) En su último libro publicado en mayo del 2012 (Catarata), Jorge Riechmann nos propone una defensa del ecosocialismo como salida a la crisis parafraseando esta frase de Illich para titular su libro: “El socialismo solo puede llegar en bicicleta”.

(3) En el 15-M, encontramos muchos puntos en común con el mayo de 68, empezando por los lemas. Por ejemplo, véase en mi blog “De mayo ’68 al #15-M”.

(4) En particular, podríamos citar el naufragio del Torrey Canyon en marzo de 1967, la marea negra de Santa Bárbara en California en enero de 1969 y la enfermedad de Minamata debida a la contaminación con mercurio en Japón.

(5) A partir de las inauguraciones de las primeras centrales (Zorita en 1968, Garoña en 1971, Vandellós I en 1972), se conforman las primeras respuestas sociales a la imposición de la energía nuclear (véase la Comisión por la defensa de una costa vasca no nuclear o el surgimiento de comités antinucleares, asociaciones de vecinos y ayuntamientos «desnuclearizados» en Cataluña, Valencia, Guadalajara, Burgos, Extremadura, etc.). En 1977 se crea la coordinadora estatal antinuclear que permaneció activa hasta los años 90 y fue reactivada en 2009. Por otra parte, a nivel intelectual, Mario Gaviria firma en 1972 en la revista aragonesa Andalán uno de los artículos que marca el inicio de la lucha antinuclear en España. Las publicaciones Triunfo y Cuadernos para el Diálogo sirvieron también de canal de comunicación a los antinucleares como Pedro Costa Morata, José Manuel Naredo o José Allende.


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