Hacia una cooperación al desarrollo en clave ecológica

Entrevista a Florent Marcellesi en Noticias Positivas.

La sostenibilidad ha sido históricamente la hermana pobre de la cooperación al desarrollo, que no ha prestado la atención suficiente a cuestiones tan esenciales como los límites biofísicos del planeta, el cambio climático o la deuda ecológica. Así lo sostiene el activista e investigador ecologista Florent Marcellesi en su nuevo libro “Cooperación al posdesarrollo. Bases teóricas para la transformación ecológica de la cooperación al desarrollo”, editado por la asociación Bakeaz. En esta entrevista, el propio autor apuesta por la superación de lo que califica de modelo de mal-desarrollo económico para caminar hacia un nuevo marco que haga compatibles la justicia social y la justicia ambiental tanto en el Norte como en el Sur.

Entrevista realizada por Daniel Jiménez.

Noticias Positivas: Su nuevo libro se llama “Cooperación al posdesarrollo”. ¿Qué es lo que quiere decir con este concepto de posdesarrollo?

Florent Marcellesi: Dentro de las relaciones Norte-Sur, el concepto de desarrollo llegó de mano del presidente estadounidense Truman justo después de la Segunda Guerra Mundial. A partir de allí nos viene el sustrato de las teorías dominantes del desarrollo: las sociedades industriales son el objetivo terminal de cualquier evolución social y el medio incuestionable de esta transición es el crecimiento económico. Ante la profundísima crisis ecológica y de civilización, es hora de cerrar este ciclo que ha marcado desde entonces la tónica del desarrollo realmente existente (consumo de masas a costa de la naturaleza, del Sur, de las personas más pobres y de las generaciones futuras).

Sin renunciar a reciclar elementos valiosos del desarrollo humano sostenible, propongo cambiar de paradigma en torno al “posdesarrollo”. Más concretamente, defino este término como la “evolución progresiva de una comunidad o sociedad hacia niveles de vida acordes con los límites ecológicos del planeta y que cubren las necesidades básicas de sus componentes así como sus legítimas aspiraciones a la autonomía y a la felicidad”. Por tanto, la cooperación al posdesarrollo es la capacidad de obrar juntamente, de forma democrática y solidaria y, en general, con métodos coherentes con los fines, con otros para alcanzar el fin marcado por el posdesarrollo. Sobre todo, es una herramienta, entre muchas, de construcción de alternativas hacia la justicia ambiental y la supervivencia civilizada de la humanidad.

N+: ¿Es también el posdesarrollo un intento de compatibilizar la cooperación con los países empobrecidos y la teoría decrecentista? ¿hasta qué punto es posible aunar ambos conceptos?

FM: No hay otro camino que el de aunar la lucha por la justicia social y por la justicia ambiental: van de la mano. Vivimos una crisis ecológica, global, que afecta primero a las personas más empobrecidas, estén en el Norte o en el Sur, y mañana afectará a las generaciones venideras. En esta senda, todos los movimientos que reivindican que la Tierra es finita y que éste es un factor central para alcanzar justicia en el presente y en el futuro tienen que converger. Ya sea en el Norte con las iniciativas en transición, el decrecimiento, el ecologismo político y social, el movimiento Slow, el comercio justo, etc. o en el Sur con el buen vivir, los derechos de la naturaleza, la soberanía alimentaria, etc.

Todos comparten fundamentos comunes que les permiten representar una salida positiva a la crisis. Luego, ¿tendrán que decrecer los países empobrecidos? Mientras que los países industrializados y las élites del Sur tendrán sin duda que autolimitarse y reducir drásticamente su huella ecológica, muchas zonas del mundo tienen derecho a aumentar sus capacidades materiales. Eso sí, esta evolución hacia alto bienestar y baja huella ecológica no podrá pasar por la casilla de mal-desarrollo de los países occidentales y tendrá que hacerse dentro de los límites ecológicos del planeta.

N+: Usted denuncia en su libro que, veinte años después de la Cumbre de Río, la sostenibilidad sigue siendo la hermana pobre de la cooperación al desarrollo. ¿Por qué cuesta tanto armonizar ambas cuestiones?

FM: Tras la cumbre de la Tierra de 1992 en Río de Janeiro, la comunidad internacional proponía para temáticas ambientales suministrar 125.000 millones de dólares por año a título de Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD), es decir, el 0,33% de la renta nacional bruta (RNB) de los principales países donantes. Sin embargo, en el 2009 la protección general del medio ambiente y las acciones relacionadas con el cambio climático dentro de la AOD representaban respectivamente solo un 0,02% y un 0,04% de la RNB de aquellos países…Está claro que primero no ha habido voluntad política y que la extraordinaria dinámica de los años noventa se ha ido apagando poco a poco hasta estrellarse 20 años más tarde a nivel institucional (véase los fracasos de Río+20 o las últimas cumbres contra el cambio climático). Pero también hay una razón más profunda, que es cultural y que toca la matriz de los movimientos transformadores. La mayoría de los actores sociales (y no solo políticos) siguen poniendo en un segundo nivel de importancia la sostenibilidad (aún más en tiempo de recesión), sin terminar de relacionarla con la situación tremenda de crisis económica y social que estamos viviendo. La crisis financiera de 2008 tiene una relación directa con el precio del petróleo (y la incapacidad de los hogares pobres de EEUU de hacer frente al aumento del precio de su gasolina y pagar a la vez su hipoteca), mientras que las crisis alimentarias son el resultado complejo de los precios del petróleo, de la influencia nefasta de los agrocombustibles, del cambio climático (que conlleva malas cosechas), de los sistemas productivos orientados a la exportación y de la especulación. En un mundo finito no es posible un crecimiento infinito, y no habrá salida posible a la crisis sin tener en cuenta que la “era del crecimiento” se ha acabado. La cooperación internacional, al igual que el resto de agentes sociales y de cambio, tiene que integrar esta realidad.

N+: En “Cooperación al posdesarrollo” afirma que el bienestar humano y la sostenibilidad son indisociables. Sin embargo, no resulta raro ver en multitud de medios de comunicación y en el discurso de determinados dirigentes políticos el planteamiento de un supuesto dilema entre ecología y empleo. Por ejemplo, cuando se señala que demoler un hotel en la costa para conservar el lugar provocará que se pierdan muchos posibles puestos de trabajo en la zona. ¿Qué piensa de este supuesto dilema?

FM: Sin duda, hay que superarlo: la ecología y el empleo no son enemigos. De hecho, es necesario recordar dos premisas. Primero, si se trata de construir una sociedad más justa y sostenible, no todos los empleos valen. ¿Cómo podemos justificar éticamente que para dar de comer a nuestra gente fabriquemos armas que luego servirán para guerras en el Sur y su sinfín de barbaridades? Segundo, que lo tengamos claro: una transición socio-ecológica creará muchísimos empleos, ¡más que los que aporta ahora el modelo productivista! Solo un ejemplo entre miles: mientras que la energía nuclear y del carbón suman conjuntamente unos 70.000 empleos, el sector de las energías renovables podría emplear en 2020 en España de forma directa e indirecta hasta 300.000 personas (contra 150.000 hoy). Lo que necesitamos ahora es un trabajo conjunto entre movimientos sociales, ecologistas y sindicatos para hacer (y poner en marcha) propuestas participativas de transición hacia el empleo verde donde también tienen un papel central la reducción de la jornada laboral y el reparto del trabajo.

N+: Usted detecta un claro déficit democrático en la cooperación al desarrollo, que en muchas ocasiones se plantea como ayuda enviada desde el Norte, que decide las prioridades y el tipo de ayuda, hacia el Sur, cuyo papel es demasiadas veces el de un mero receptor de fondos. ¿Se puede cambiar este modelo?

FM: Se puede cambiar este modelo cambiando las prioridades de la cooperación al desarrollo. De hecho, sabemos de sobra que sobredesarrollo en el Norte y subdesarrollo en el Sur son dos caras de la misma moneda. Por un lado, el desarrollo y crecimiento económicos de los países enriquecidos se sustentan en gran medida en los ecosistemas (y su mano de obra) de los países empobrecidos. Y por otro lado, es simplemente ecológicamente imposible que el Sur pueda y deba seguir y alcanzar algún día un modelo y nivel de (mal)desarrollo equivalente al del Norte: ya hemos superado en un 50% los límites de la Tierra. Por tanto, la mejor manera para ayudar de forma solidaria y sostenible al Sur (aunque no es única, ni suficiente) es trabajar en el Norte por un cambio estructural y cultural hacia un menor y mejor consumo y producción y por un decrecimiento de nuestra huella ecológica.

Eso supone a su vez que la cooperación al posdesarrollo se plantee luchar de forma prioritaria en nuestros territorios por la relocalización de la economía, la soberanía alimentaria y la agroecología, la promoción de lo común, la educación para vivir bien con menos, etc. Como estas luchas se dan también en el Sur, se trata al mismo tiempo de aunar fuerzas gracias a múltiples redes y foros de intercambio y de coordinación. La relocalización es un proyecto global y la cooperación simplemente un nodo más dentro de una red de alternativas donde aporta su grano de arena a la construcción de otros mundos posibles.

N+: A pesar de este panorama que nos dibuja, también hay que señalar que en las últimas cumbres internacionales sobre el clima, los países de África y América Latina han hecho muchos más esfuerzos para ser escuchados por las grandes potencias. ¿Espera que en el futuro puedan ser actores verdaderamente influyentes?

FM: Estamos asistiendo al auge de nuevos actores en las cumbres internacionales, como Bolivia o Ecuador. Les debemos, por ejemplo, haber puesto en la agenda social y política nuevas propuestas como el buen vivir o los derechos de la naturaleza, al igual que marcó un antes y un después la Cumbre de Cochabamba en 2010. Allí encontramos inspiración para nuevos objetivos y nuevas redes de transformación social. Eso sí, son actores con fuertes contradicciones internas, como lo prueba la posición cambiante según intereses del gobierno ecuatoriano en torno al proyecto Yasuní o el desencuentro del gobierno boliviano con los indígenas opuestos a la construcción de una carretera en territorio indígena. Desde luego tienen también muchos retos por delante. El más importante: no convertir sus movimientos en veladores de la “izquierda marrón”, es decir gobiernos con estrategias de desarrollo que pasan por financiar la justicia social en base a la intensa apropiación de recursos naturales y materias primas. Con su voluntad de explotar gas no convencional mediante fracking (una de las razones para la expropiación de Repsol), el gobierno de Argentina es un perfecto ejemplo de la insostenibilidad de este modelo.

N+: Ahora que tanto se habla de la deuda soberana de los países, en su libro usted hace hincapié en la llamada deuda ecológica. ¿A qué se refiere este concepto?

FM: La deuda ecológica pone en evidencia una dinámica histórica: el desarrollo de los países del Norte desde el inicio de la revolución industrial ha sido posible en gran parte gracias a la explotación por parte de las empresas y de los Estados del Norte de los recursos del Sur: tierras, recursos del subsuelo como las energías fósiles, etc. Sin estos recursos, adquiridos en el Sur a precios bajísimos o por medio de la violencia colonial, diplomática o comercial, el crecimiento del Norte, su estado de bienestar y el nivel de vida material de sus habitantes habrían sido mucho más débiles.

Para que nos hagamos una idea y si solo nos centramos en la deuda de carbono (la pata más estudiada de la deuda ecológica), vemos que desde 1850, el 80% de los gases de efecto invernadero emitidos en la atmósfera provienen de los países industrializados y éstos han emitido un total de 2.082 toneladas de gases de efecto invernadero por personas, mientras la media mundial es solo de 173 toneladas por persona… En España, la deuda de carbono hacia los países menos contaminadores era en 2000 de 12.000 millones de euros, ¡mientras que la deuda externa (lo que se adeudaba a España) llegaba a 11.800 millones de euros! O sea, nos podemos preguntar de forma legítima “¿quién debe a quién?”. En este sentido, la deuda ecológica es una potente herramienta social, política, ética y transfronteriza para impulsar el reconocimiento del desequilibrio en el uso de los recursos naturales y en la contaminación producida entre Norte y Sur. Pero sobre todo, es una forma de reclamar “justicia ambiental”, es decir que todas las personas de este mundo tengan los mismos derechos de uso, acceso y beneficios que provee la naturaleza.

N+: ¿Como investigador de la cooperación al desarrollo, qué valoración hace de los recortes a la misma en España?

FM: Los recortes suelen llegar primero para las políticas de solidaridad, aún más cuando se trata de personas o territorios que ni tienen voz en el Norte. Estos recortes ponen en peligro la continuidad de muchos proyectos y de nuestros compromisos a nivel internacional. Al mismo tiempo, tendría que impulsar a la cooperación al desarrollo a reinventarse. Ella también ha vivido años dorados gracias a su particular “burbuja solidaria”. Por ejemplo, es un excelente momento para redefinir sus nueves fuentes de financiación para no depender tanto de subvenciones públicas. Es también necesario pugnar por dotarse de una base activa y comprometida, que participa en la elaboración de la estrategia, los proyectos y las campañas de las organizaciones, se implica en su gestión, lo defiende en su vida diaria y actúa en coherencia con sus principios. Pero sobre todo, como lo apuntaba anteriormente, la cooperación al posdesarrollo es solo un nodo más dentro de esta nebulosa hacia el cambio. Por tanto, es importante tener presente que es un instrumento al servicio de un objetivo mayor (la justicia social y ambiental) y, por esta razón, que es una parte proactiva de un movimiento de transformación social mucho más amplio que le engloba. La cooperación al posdesarrollo necesita “desectorializarse” y mezclarse de forma aún más pronunciada dentro de plataformas y redes capaces de federar esfuerzos, objetivos, ideas, campañas, proyectos, e, incluso, estructuras y personal. Es a la vez una forma de tener más potencial de reflexión y de incidencia social y política, y una estrategia pragmática de reorganización ante la crisis económica y los recortes.

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