El decrecimiento como herramienta política estratégica para la transformación social

Artículo de Iñaki Valentín* y Florent Marcellesi**, publicado en el número 274 de la revista Viejo Topo.

Ante una situación caracterizada por una triple crisis ecológica, económica y socio-política, los movimientos transformadores necesitan nuevas respuestas y caminos de actuación. El decrecimiento aparece como uno de los elementos clave.

El decrecimiento y los movimientos transformadores

Con una izquierda perdida en luchas intestinas pero, sobre todo, desconcertada sobre su campo de acción y el margen para proponer cuestiones innovadoras, el decrecimiento aparece como uno de los elementos clave de futuro y de cambio de discurso. Por su parte, el movimiento verde, en una fase de refundación profunda en el Estado español, tiene una oportunidad para tender puentes teóricos y prácticos hacia otras tradiciones políticas en torno a un término, el decrecimiento, que se nutre de las mismas raíces que la ecología política.1

En este momento de la vida de los movimientos transformadores, el decrecimiento entronca a nuestro entender con las palabras del filósofo André Gorz2: “La libertad sólo se da a través de movimientos sociales que continuamente se redefinen, a través de subversiones. Una izquierda que pierda la relación con la libertad pierde también la propia razón de ser y se cristaliza, a expensas también de sus promotores, en aparato de dominio. (…) Qué cosa sea de izquierda, no puede determinarse de una vez para siempre. Al variar los aparatos de poder y las formas de dominio varían también los objetivos y las formas de los movimientos de liberación que determinan en su contenido la política de izquierda”.

Desde esta perspectiva, una parte de la izquierda anticapitalista y la ecología política han otorgado al decrecimiento un papel de herramienta política de alta validez. De manera efectiva pensamos que puede servir para superar un capitalismo liberal-productivista que pretende virar hacia lo “verde” sin poner en cuestión su lógica injusta e insostenible, así como afrontar el triste futuro que nos depara el cambio climático si no actuamos con decisión. Sin duda, el agravamiento de las crisis con la cuestión ecológica es una bomba de relojería en el corazón del sistema que no puede saldarse con otra vuelta de tuerca basada en los mercados, los beneficios y la explotación por muy “verde” que esto se nos quiera vender. Hay que decir alto y claro que este modelo no es viable.

Básicamente, el concepto del decrecimiento pone en cuestión los grandes fundamentos del productivismo al exponer que no hay crecimiento infinito posible en un planeta finito. Apoyándose en autores de varias procedencias ideológicas como Iván Illich, Nicholas Georgescu-Roegen, Cornelius Castoriadis o el propio Gorz arriba citado (que consideraba el decrecimiento como “un imperativo de supervivencia”), se opone al consenso generalizado según el cual el crecimiento económico es el máximo del bienestar humano y una aspiración compartida política y socialmente. Asimismo, de la mano o a pesar del incremento constante del PIB mundial desde hace 50 años, la huella ecológica de la humanidad –es decir el impacto de nuestras sociedades sobre el medio ambiente– excede hoy en casi un 30% la capacidad de regeneración del planeta. Si todas las personas vivieran como la ciudadanía española se necesitarían tres planetas. Mientras tanto, las injusticias y desigualdades aumentan dejando en la brecha no sólo a los países del Sur sino también al casi 20% de personas que viven debajo del umbral de la pobreza relativa en el Estado español; eso, sin contar el déficit democrático que supone el imposible control de la ciudadanía sobre las cuestiones energéticas y la casi inexistencia de mecanismos de democracia deliberativa y directa.

Es de resaltar que el decrecimiento no es una teoría nueva, ni siquiera una categoría económica bien definida. Al contrario, desde los años 60 y, sobre todo, 70 del pasado siglo se empezaron a revelar voces de pensadores y activistas como los ante indicados que ponían en entredicho la viabilidad ecológica, política y social de un sistema basado en el crecimiento como eje vertebrador, máxime una vez pasados los efectos de los llamados “Treinta Gloriosos”. Probablemente, las lógicas preocupaciones de los movimientos transformadores españoles de los años 70 y 80 dejaron un tanto aparcada la cuestión. Específicamente, en la izquierda era bastante difícil entroncar con un concepto que cuestionaba algunas máximas hasta ese momento inexploradas y que se alejaban de las concepciones de producción y trabajo consolidadas.

Sin embargo, otro tiempo parece haber llegado. Es cierto que pueden discutirse algunas implicaciones que poseen la utilización e idoneidad del término “decrecimiento”.3 Por un lado, podría ser un término pedagógicamente poco adecuado (aunque con fuerte capacidad de movilización) y, por otro, es cierto que el decrecimiento que se propone afecta fundamentalmente al Norte y lleva aparejado un crecimiento de actividades tales como la agricultura ecológica, las energías renovables, las cooperativas, etc. A pesar de eso, constatamos que en la mayoría de los casos el rechazo al concepto enmascara en realidad un fuerte temor a su contenido subversivo y a la dificultad que entraña la posibilidad de manipularlo (a diferencia de lo ocurrido con el “desarrollo sostenible” el término-obús de decrecimiento posee una mayor dificultad de venta y tergiversación por parte del sistema). Igualmente, un cada vez más importante número de personas y movimientos sociales están empezando a utilizar el decrecimiento no sólo para vivir acorde con sus principios de simplicidad voluntaria, sino también para organizarse, reflexionar y aportar propuestas concretas de cambio. Además, en Francia, Italia o en el Estado español a nivel político el movimiento verde está dando un fuerte impulso a la cuestión y los movimientos de la izquierda anticapitalista trabajan cada vez más sobre el tema oponiendo el decrecimiento sostenible frente a la resignación que supone el caos capitalista y sus crisis endémicas.

El decrecimiento como instrumento político

Sin duda el concepto de decrecimiento, al introducir la finitud del planeta y el lema “vivir mejor con menos”, posee una serie de virtudes innegables y que, desde una perspectiva política, puede aportar elementos centrales para el futuro como:

  • Una reconceptualización de aspectos como el desarrollo, el trabajo o la riqueza, y una profundización y rescate de otros como la justicia social, la democracia radical o la ciudadanía. Efectivamente, desde el decrecimiento se trata de redefinir el concepto de riqueza y progreso para alejarlos de la cuestión crematística y las mediciones a través del PIB para centrarse en el ser humano, las relaciones de justicia global y la responsabilidad hacia la biosfera y las generaciones futuras. De manera adyacente, la participación de la ciudadanía y los mecanismos de democracia directa son un eje fundamental, máxime cuando una relocalización de los procesos de producción-consumo y la apuesta por la cercanía requieren igualmente de una relocalización de la política. De esta forma, cobra fuerza un rebrote del sentido más republicano de la implicación del ciudadano/a en las cuestiones comunes así como la huida de los patrones masculinos de poder que siguen instalados en nuestras estructuras por otros más acordes a la hora de la participación en igualdad de condiciones de la mujer. En este sentido, el ecofeminismo es sin duda una pata imprescindible para “repensar el presente y construir futuro” (Herrero, Pascual: 2010). Igualmente, apuesta por una reducción del tiempo de trabajo e incluso por una nueva conceptualización del mismo ateniéndonos a preguntas como ¿Por qué, para qué y cómo producimos y trabajamos?, cuán útil es el resultado de nuestro trabajo para la felicidad individual y colectiva…. Algo que, por cierto, debería dejar paso a un nuevo sindicalismo menos centrado en las reivindicaciones salariales o la defensa de la centralidad del trabajo en la sociedad.
  • Propuestas novedosas desde la justicia ambiental y las relaciones Norte-Sur. Éstas tienen que girar en torno a un “modelo de contracción y convergencia” donde “todos los países se marquen un horizonte común: una producción y un consumo material y energético circunscrito a la capacidad de carga de la biosfera y repartido per capita de manera justa. Eso implica: (1) Un decrecimiento selectivo y justo (o ajuste estructural) de los países en contracción en el Norte como condición necesaria –pero no suficiente– para ayudar de forma solidaria y sostenible al Sur; (2) Una evolución socio-ecológicamente eficiente para los países en convergencia, sin pasar por la casilla del mal-desarrollo occidental pero con un derecho al crecimiento donde sea posible y deseable” (Marcellesi, 2010).
  • La apuesta hacia nuevos modelos urbanísticos y energéticos como las ciudades en transición. Se extiende así la idea del “rurbanismo” por el cual la ciudad y el campo deben observarse como un todo que se complementa y se necesita. De la misma manera, se promueve la posibilidad de aumentar la resiliencia de las ciudades y pueblos4 frente a las amenazas de la cuestión energética y el cambio climático a través de las llamadas entidades en transición.5
  • El valor de la coherencia entre el comportamiento individual y la acción colectiva. Ya parece que debería empezar a pasar el tiempo por el cual como ciudadanos/as debamos soportar las incoherencias de quienes nos hablan de servicios públicos y redistribución para luego privatizar o utilizar ellos mismos mecanismos de privilegio. El decrecimiento exige una coherencia estrecha en el plano individual y en el colectivo.
  • Un puente entre sociedad y espacios de transformación social, y la creación de un nexo estratégico entre partidos y movimientos verdes, anticapitalistas y ecosocialistas. Probablemente haya que romper más de una resistencia6, así como luchar por nuevas formas de trabajar y pensar, aunque eso nos lleve a momentos de gran complejidad y hayamos de partir de una gran atomización de entidades. Pero estamos con Gorz de nuevo cuando expone que: “De los partidos tradicionales de izquierda, programados estructuralmente sobre la razón de Estado, sobre la administración del sistema y la caza de votos, no puede esperarse la renovación sustancial que hoy se necesita. La fundación de una nueva izquierda europea, común y pluralista, democrática y radical, estará precedida, como toda refundación política del pasado, por docenas de asociaciones, clubes políticos y sociétés de pensées que por doquier en Europa son conscientes de la crisis de los partidos tradicionales y de la manera tradicional de hacer política”.

Por lo tanto, ante el modelo capitalista de crecimiento infinito, el decrecimiento propone una alternativa no por sencilla de comprender menos revolucionaria. Frente a la dictadura del PIB, resituemos a la persona en el centro de los debates. Dejemos de perder el tiempo con el “hay que ganarse la vida” y de destruir el medio ambiente y a nosotros/as mismos/as a causa de las “enfermedades del crecimiento”; apostemos por la emancipación personal y colectiva y la conversión ecológica de la economía reduciendo el consumo y produciendo según nuestras necesidades reales; compartamos el trabajo y liberemos tiempo para invertirlo en actividades creadoras de riqueza social y ecológica. En definitiva, optemos por la ciudadanía, la justicia social y ambiental, hoy y mañana, en el Norte y en el Sur. En otras palabras, apostemos por vivir mejor con menos.

En definitiva, el decrecimiento no es algo totalmente nuevo; probablemente, ni siquiera puede caracterizarse como una ideología política per se. Sin embargo, posee la capacidad de dar alternativas a un sistema depredador e injusto, y de crear puentes entre diferentes tradiciones políticas y sociales, lo que lo convierte en una poderosa herramienta política estratégica y una apuesta de cambio social. Ahora es el momento de asumir el reto desde los movimientos sociales y políticos transformadores para darle carta de naturaleza y una concreción incluso programática.

Autores:

*Iñaki Valentín, miembro de Antikapitalistak.

**Florent Marcellesi, miembro de Berdeak-Los Verdes y de la Coordinadora Verde.

Ambos son miembros del grupo de decrecimiento Desazkundea.

Notas:

1 Véase Marcellesi, F. (2010): el decrecimiento: ¿una oportunidad para la ecología política?, intervención en el V encuentro de primavera de Científicos por el Medio Ambiente, Pamplona, 17/05/2010, disponible en http://ecopolitica.org/

2 “Adiós, conflicto central” en G. Bosseti (comp..), Sinistra punto zero, Roma, Donzelli, 1993.

3 Véase por ejemplo Naredo, J.M. (2009): “Observaciones sobre la propuesta de Decrecimiento”, en Luces en el laberinto, Madrid, La Catarata, pp. 214-217, disponible en ecopolitica.org

4 En ecología, el término resiliencia se refiere a la capacidad de un sistema para asimilar choques externos y reacomodarse mediante cambios fortalecedores.

5 Véase en España el Movimiento en Transición.

6 Véase Valentín, I. (2009) “Izquierda, verdes y decrecimiento: Tan lejos, tan cerca” en El Viejo Topo, enero de 2009

Referencias:


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